Healed HeartLa santificación es un proceso clave en la vida cristiana que impacta profundamente tanto nuestro bienestar espiritual como emocional. Cuando aceptamos a Cristo, somos transformados en nuevas criaturas (2 Corintios 5:17), pero ese cambio inicial es solo el comienzo de un viaje continuo hacia la santidad. A lo largo de nuestras vidas, Dios nos moldea, sana y purifica para que reflejemos más de Su carácter y podamos vivir en comunión más cercana con Él.

La sanación espiritual y emocional

Uno de los efectos más inmediatos de la santificación es la sanación espiritual. Isaías 6:1-7 muestra a Isaías siendo purificado por Dios, lo que simboliza el poder sanador de la santificación. Así como Isaías fue limpiado de su pecado, nosotros también somos transformados cuando Dios trabaja en nosotros. Este proceso convierte nuestro dolor en gozo y nos libera de las ataduras emocionales que pueden venir del pecado o de una vida sin propósito.

Cuando estamos en el proceso de santificación, Dios trata con nuestras emociones heridas. Las cargas de culpa, vergüenza y resentimiento se desvanecen al ser limpiados por la sangre de Cristo. Como menciona Efesios 4:24, esta nueva naturaleza creada en la "justicia y santidad de la verdad" nos permite crecer y sanar. Este crecimiento, aunque gradual, produce el fruto del Espíritu en nosotros (Gálatas 5:22-23), que incluye cualidades como el amor, el gozo y la paz. La paciencia también es un fruto importante, pues la santificación es un proceso de toda la vida.

Preparación para el servicio

Otro impacto significativo de la santificación es cómo desarrolla nuestro carácter para el servicio a Dios. Romanos 5:3-4 nos recuerda que las tribulaciones producen paciencia, y esa paciencia prueba nuestra fe. Ser probados nos fortalece y nos prepara para servir con un carácter probado y aprobado por Dios. El servicio cristiano requiere que seamos "obreros que no tienen de qué avergonzarse" (2 Timoteo 2:15), y la santificación es clave para alcanzar ese nivel de madurez espiritual.

Además, las dificultades emocionales que enfrentamos no son en vano. A través de ellas, Dios prueba nuestra fe y nos lleva a una mayor comprensión de Su voluntad. Al superar estas pruebas, desarrollamos una esperanza sólida y una confianza plena en Su propósito para nuestras vidas.

Comunión más íntima con Dios

Finalmente, la santificación profundiza nuestra comunión con Dios. 1 Juan 1:5-9 enfatiza que, para caminar en la luz de Dios, debemos dejar atrás el pecado y vivir en santidad. Esto incluye confesar nuestros pecados y permitir que Dios limpie nuestro corazón. El pecado oculto, aunque emocionalmente difícil de admitir, interfiere con nuestra relación con Dios. Cuando caminamos en la luz, disfrutamos de una comunión más cercana no solo con Dios, sino también con otros creyentes.

Esta limpieza constante de nuestra alma fortalece nuestra relación espiritual y emocional con Dios. Dice en Mateo 5:8, Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios. Cuando vivimos bajo el control del Espíritu Santo y ejercitamos la Palabra de Dios en nuestra vida diaria, nos sentimos más conectados espiritualmente con Dios.

Conclusión

La santificación es un regalo divino que impacta tanto nuestra vida espiritual como emocional. Nos sana, nos transforma y nos prepara para el servicio, mientras nos acerca más a Dios. Aunque es un proceso que lleva toda la vida, los frutos que produce son evidentes en nuestras emociones y en nuestra relación con Dios y los demás. Como Efesios 1:3-4 declara, Dios nos ha bendecido con toda bendición espiritual en Cristo, y la santificación es una de las mayores bendiciones que podemos experimentar. 

Puedes vivir con más sentido, con un corazón más sano, y más conectado con los demás. Solo busca más de Dios.  La elección es tuya.


Palabras clave: santificación, comunión con Dios, fruto del Espíritu, sanación espiritual, carácter cristiano, vida emocional

Gálatas 4:4-7

4 Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, 5 para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos. 6 Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre! 7 Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero de Dios por medio de Cristo.

El término "Abba Padre" es una de las expresiones más íntimas que encontramos en el Nuevo Testamento para referirse a Dios. A pesar de su uso limitado, apareciendo solo tres veces en la Biblia (Marcos 14:36, Romanos 8:15 y Gálatas 4:6), el significado profundo de "Abba" tiene enormes implicaciones para la vida de un creyente.

La palabra "Abba" proviene del arameo, el idioma que hablaba Jesús, y es la manera en que un niño se dirige a su padre con cariño y confianza, similar a "papá" o "apa" en español. Lo notable de esta expresión es que siempre se encuentra acompañada de la palabra griega "Padre" en las Escrituras. Esto sugiere que, aunque "Abba" era una palabra aramea que no todos los cristianos de la época entendían, su significado de cercanía y afecto era tan poderoso que la palabra "Padre" la complementaba, para que todos pudieran captar su peso espiritual.

 

De la esclavitud a la adopción

Antes de la llegada de Jesucristo, el ser humano vivía bajo la ley, lo cual mantenía una relación distante con Dios. En Gálatas 4:4-7, el apóstol Pablo describe a aquellos que vivían bajo la ley como "esclavos". Aunque podían conocer los mandamientos de Dios, no tenían una relación cercana con Él. De manera similar, en los tiempos de Cristo, los esclavos en las casas de sus amos, aunque trabajaban y vivían con sus familias, no tenían el derecho de llamar a sus amos "Abba". Esto reflejaba una relación de servicio, pero no de intimidad.

Este era el estado del ser humano antes de Cristo: una relación con Dios basada en el deber y la obediencia, pero sin la cercanía de un hijo con su padre. Sin embargo, con la venida de Cristo, este panorama cambió radicalmente. A través de Su sacrificio, los creyentes fueron adoptados por Dios, ya no como esclavos, sino como hijos e hijas. Pablo lo expresa con claridad: “Y porque sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!” (Gálatas 4:6).

 

Una relación de confianza y amor

El hecho de que nosotros los cristianos podemos llamar a Dios "Abba Padre" significa que hemos pasado de ser esclavos a hijos adoptados con todos los derechos y privilegios que eso conlleva. Al igual que un niño pequeño confía en su padre, nosotros tenemos el privilegio de acercarse a Dios con total confianza, sabiendo que Él es un Padre amoroso y siempre presente. Esto no es solo un cambio de estatus, sino una transformación de la manera en que nos relacionamos con Dios.

Llamar a Dios "Abba Padre" implica una relación llena de amor, cercanía y dependencia. Nosotros, los cristianos, ya no somos simples seguidores de reglas o estudiantes de teología; ¡ahora somos parte de la familia de Dios! Esta cercanía no era posible antes de Cristo, pero ahora, gracias a Él, podemos acercarnos a Dios en cualquier momento, con la confianza de que Él nos escucha y cuida de nosotros como un padre lo hace con sus hijos.

 

El privilegio de ser hijos

Finalmente, este nuevo estatus trae consigo privilegios. Como hijos de Dios, disfrutamos de una herencia celestial y de la seguridad de que nuestro futuro está en las manos de su Padre celestial. Ya no vivimos bajo el temor de un amo distante, sino en la libertad y el amor que encontramos en una relación íntima con nuestro Creador.

En resumen, poder llamar a Dios "Abba Padre" implica que hemos sido adoptados por Dios, que tenemos una relación de profunda confianza y amor con Él, y que vivimos con todos los privilegios y bendiciones que vienen al ser hijos de un Padre Divino y Amoroso.  Toma un paso de fe en este día y dirígete a Dios con toda la confianza que un niño de 5 años hace con su “apa”.

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